(A mi primo Miguel el de “La Manolita”,
a su mujer Antonia “La Molana”
y a sus hijas Manuela y Leonor)
YA sabemos
que hay amores que matan: en ello estuvieron personajes históricos como Cleopatra y Marco Antonio, protagonistas de ficción shakesperianos como Romeo y Julieta y galanes románticos como José de Espronceda y su querida Teresa Mancha, a quien tuvo que raptar de las garras de un marido
que le doblaba en edad, rapto del que pudieron disfrutar brevemente, pues poco
tiempo después, murió Teresa de tuberculosis. Los dos estuvieron enamorados
desde adolescentes, pero por circunstancias de la época –España se encontraba
en guerra con los franceses y había mucha miseria–, motivos que llevaron a
Teresa a casarse con un comerciante español de cierta fortuna que residía en
Londres y así, ni Teresa ni aquel marido, pasaron estrecheces. En fin, amores
que matan, como decía al principio, pero morir por amor, ¿no es una heroicidad?
Volvamos a Espronceda y obtendremos la respuesta en una de sus muchas composiciones
en octavas reales y que tituló “Canto a Teresa”, inspirado tras la muerte de su
amor. He aquí una pequeña estrofa de este poema largo:
¿Quién
pensara jamás, Teresa mía,
que
fuera eterno manantial de llanto,
tanto
inocente amor, tanta alegría,
tantas
delicias y delirio tanto?
¿Quién
pensara jamás llegase un día
en
que perdido el celestial encanto
y
caída la venda de los ojos,
cuanto
diera placer causara enojos?
El amor, el
amor... No existe nada más hermoso en esta vida. El verdadero amor que se da
sin esperar nada a cambio, el que se entrega sin preguntar, el que se ofrece
con la flecha de la libertad y con la misma es correspondido. La pasión que
surge y se mantiene para siempre, como esa llama de la vela que tantas veces
hemos comparado. La vela que no se apaga, únicamente al morir.
Y el amor
verdadero es todo eso y mucho más. Es estar al lado de quien amas aunque sea en
los momentos más duros. Es cuidar hasta el más mínimo desasosiego que haya
hecho mella en el enamorado o enamorada, es incluso, llorar a escondidas para
no desalentarle y sacar fuerzas para poder sonreírle en su presencia y así
ofrecerle la alegría de vivir, alentando y subiendo el ánimo, porque todo eso
es la mejor medicina. Sí, el amor lo cura todo. La fuerza del amor verdadero,
si es necesario, mueve montañas para llegar a donde exista el más mínimo
problema que pueda poner en peligro la estabilidad de ese enamoramiento.
Escribo por experiencia propia. Porque he observado en
mis semejantes esa fuerza descomunal del amor a la que he hecho referencia. Lo
he visto con mis propios ojos y lo he sentido con mi propio corazón, casi
siempre en muchos hospitales a los que no dejo de asistir, por desgracia.
Suelen ser casos clínicos de enfermedades o dolencias de las que ninguno
estamos exentos, situaciones de auténtica gravedad, donde en un quirófano se
trata de volver a nacer o, simplemente morir.
Y como ejemplo de lo que digo, quiero anotar ahora el
último hecho que me ha vuelto a demostrar que el amor verdadero existe. Y ha
ocurrido en mi entorno familiar, no hace mucho tiempo. Ocurrió al final del mes
de mayo y principio de junio. Mi primo Miguel
Ruiz García, tiene un corazón de oro, metafóricamente hablando. Un hombre
honrado, afable y cortés, un romántico de los que hoy apenas se encuentran, un
hombre que es, en el buen sentido de la palabra,
bueno, como dejó escrito el poeta Antonio
Machado en su “Autorretrato”. Sin embargo, este corazón de oro fue debilitándose
con los años, se iba cansando de tanto latir, pero nunca de amar. Todos los
motores se desgastan con el tiempo y necesitan un engrase, una reparación, un
repuesto... Y a mi primo Miguel le trasladaron del Hospital comarcal de Don
Benito al Hospital de Badajoz y de cuyo
nombre no quiero acordarme, dicho quijotescamente. Y digo bien, sólo me refiero
al nombre de ese Hospital, no a los auténticos profesionales que allí trabajan,
pues entre todos, han devuelto a mi primo las ganas de vivir, que es tanto como
decir, devolverle la vida. Y no sólo agradecemos a esos profesionales que
lo
han hecho posible, también gracias a la alta tecnología que hoy gozamos, pero
ahora me falta por nombrar lo más importante y que es el hecho esencial por el
que Miguel sigue hoy a nuestro lado. Y ese hecho esencial es, cómo no, EL AMOR.
Ese amor que estuvo horas, días y varias semanas sin dormir, pero en cambio,
sin desfallecer, con la esperanza puesta en los médicos y rezando a nuestra
Virgen de Piedraescrita. El amor verdadero ofrecido por su querida Antonia “La Molana”, por sus hijas Manuela y Leo, por sus hermanos Juan
“El Palomo” –yo me lo guiso, yo me lo
como–, e Inés. Y más amor y
apoyo, todo el que poseíamos y pudimos aportar los demás familiares y amigos.
A mi primo
Miguel, le abrieron en canal, le cortaron varios trozos largos de arterias que
estaban en su pierna izquierda y se las cosieron empalmando con la aorta
principal del corazón. Una intervención quirúrgica que vale por dos, pues pasadas
más de 5 horas en uno de los quirófanos de aquel Hospital que no quise ni
quiero nombrar. Una larga operación de doble bypass coronario para mi primo. Y
después de tantísima gravedad, aquello del bypass (qué palabro tan anglosajón)
ahora nos suena como si se tratara de beberse un wisqui doble, vaya. Una semana
más en Cuidados Intensivos y de aquí pa
casa, a Campanario, a cuiadarse Miguel, y a cuidar tú también de quien
tanto te quiere, de tu esposa, que está y estará siempre a tu lado y es una
mujer como la copa de un pino. Entre los dos habéis formado una familia
formidable, y válgame el juego de las efes, pues por algo es la Fe la que mueve
esas montañas que antes señalé. Vuestras hijas con sus maridos y vuestras
nietas, serán siempre montañas de besos, abrazos y amor.
Miguel,
quiero decirte para terminar, que tu corazón seguirá siendo de oro por muchos
años más y que, gracias a ello, muchas personas de tu entorno serán plenamente felices.
Y a ti,
Antonia, sé que tu amor es ilimitado y gracias también a eso, todos los que te
rodeen podrán sentirse como en casa y orgullosos de tener una madre y una
abuela ejemplar.
Mi abrazo
tendido y alargado para todos vosotros.
Badajoz, junio de 2013
©
Cosme López García
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