Portada del cuadernillo, publicado y leído en el Gran Café Victoria |
Hubo un tiempo en que
mis únicas pasiones
eran la pobreza y
la lluvia.
Hay una hierba cuyo
nombre no se sabe;
así ha sido mi
vida.
[Antonio Gamoneda. De “Libro del frío”]
Al alba,
sombras alargadas,
ruinas
de castillos;
hubo
quien perdió el reloj
y
se quedó sin tiempo,
otros
mezclaron con el llanto
la
sangre toda de sus amigos.
Detrás,
sobre un telón de fondo oscuro,
nadie
más pisó la senda de los perdidos.
La
esperanza fue relegada a un segundo plano
y
dar marcha atrás era matar el destino,
pero
el riesgo que conlleva ser hombre
merecía
la pena vivirlo;
lo
demás no importa:
conviene
no volver la mirada
porque
puedes encontrar un enemigo.
Isla
rodeada en mar profundo
donde
sólo viven cocodrilos,
como
un torrente de lluvia ácida
que
corre como una catarata
acelerando
hasta estrellarse
contra
el muro de extraños escritos,
poema
de verso afilado
compuesto
por bardo maldito.
Y
la Tierra con su forma de balón
encerrado
en un patio de ladrillos,
no
quiso tener esquinas
por
no esconder un laberinto.
Esta
salida espejismo;
juego
de cristal
donde
uno se mira de frente y sin peligro
de
poder doblarse cual papel:
el
azogue del rígido vidrio
que
sin embargo de repente,
¡salta
por los aires hecho añicos!
Llegar
así deshecho en armas,
óxidos
metales de fuego:
¿llegar?,
¿dónde puede llegar alguien?
La
noche alargada descama
pieles
de hospitales–hierro
y
un perdedor es un cobarde.
Vencidos
por un instante
de
infortuna estrategia:
mientras
haya esperando un amor,
la
cobardía no es para nadie,
existe
un arco y una flecha
que
arroja un gran corazón
dolorido
el que más, ¡por Dios
aparta
de aquí este incendio!
que
quiero ser devoto de tu estrella;
y
bien pudiera morir, o una de dos:
caminante
derretido en el silencio
o
simple susurro en alguna senda.
Vencidos
por órdenes de felpa
que
dictaron ciegos reyes;
vencidos
por unos naipes en baraja
arrojados
con saña a la cabeza;
vencidos
por mil leyes
al
capricho de comilonas amplias.
Guillotina
rodeando las gargantas
inflamadas
cuanto más griten.
Andar
descalzo y con pies espino
rompiéndose
en los mapas
hasta
que los cuerpos se rinden
vencidos,
para siempre vencidos...
Desterrado
de tu patria dolorida
que
fue una segunda madre;
por
no opinar como ellos,
por
pensar que podrías llevar razón,
por
perder.
Cruzaste
el ancho mar casi a nado
y
tanta agua no saciaba tu sed.
Interminables
días.
tus
hijos allá, lejos tu esposa,
la
familia entera llorando...
En
cada vuelta de rosca más apretado,
en
cada hora más angustia.
Ante
ti surgió una trilogía que fue polinomio:
MAR...
TIEMPO... SOLEDAD...
donde
residen vivencias escoriadas
y
algunas veces convertidas en olvido.
Porque
de olvido está hecha la materia,
el
recuerdo sólo pasa por el filo
de
la línea que te enmarca.
Debe
ser triste estar a merced de calendarios
que
transcurren lentamente,
pensando
tal vez en la vuelta a casa
o
en el regreso demasiado tarde.
Solo
es mejor para los solitarios,
cómo
si no podrías llamarte hombre
sino
siendo cómplice de la noche;
porque
la noche tiene millones de estrellas
y
es galaxia de ensueño
donde
nada deslumbra:
ni
siquiera los tenues puntos de luz
que
forman la Vía Láctea.
Así
tu soledad:
Cosmos
de expresión algebraica
y
difícil solución infinita.
Así
el barro de tu cuerpo
y
el mismo lodo de tu EXILIO...
Sobre
la dureza impenetrable de la piedra,
tallas
una tumba
y
cada lágrima que cae en ella
hace
temblar la madurez humana.
Grito
de libertad que al aire implora
siguiendo
un pulso acelerado;
zarpa
de águila o pico de paloma,
lo
que importa es volar alto.
Tierra
sembrada y sin cosecha, llanto,
hecha
pedazos, montada en cólera,
quiere
soñar algodón liviano
y
quiere ser más Tierra que Historia.
Sal
afuera de una vez por todas,
comprueba
tú mismo
la
verdad de tanta afrenta:
¿dónde
hubo al menos una victoria?,
¿dónde
siquiera algún sitio
para
que los niños duerman?
Revolución
aunque te cueste la sangre,
¿qué
importa si pierdes la luz?;
sombras
oscuras de noches enteras,
único
pan contra el hambre
sostenida
en los clavos de una cruz
donde
la muerte espera.
El
hombre llorando venturas ciegas
en
la vida de un metro cuadrado,
y
de su misma dignidad llega
la
rebelión por un mundo más humano.
¿Quién
ha de callar su voz ante la hiena?:
llevas
cuarenta otoños contumaces
y
conforme apaciguas primaveras
vas
lavando las manos tantas veces
que
no sé cómo te atreves a ser poeta;
doblas
la esquina sin tanteo, rompes
obstáculos
de habitaciones abiertas:
saliendo
afuera te espera el sueldo
ganado
a pulso, treinta monedas
domiciliadas
en cuenta corriente
que
tranquilizan a tu conciencia;
todo
se nubla: hace frío en huesos
endurecidos,
gentes en la acera
mirando
los relojes y en la prisa
amanecen
coches y carreteras.
Y
escapas, huyes del pasado y del presente
que
te toca vivir sin gloria y pena,
gritas
auxilio porque estás encerrado
entre
barrotes de aceradas rejas.
Suceden
irregulares suelos
que
a modo geométrico, puntiaguda
esquirla
de sable
fractura
huesos
traspasando
toda malla preparada
para
evitar accidentes.
Desestimando
riesgos, más no aventuras
en
este gran circo de la vida,
más
romano que cien centurias
sumisos
a la orden de Calígula.
Sobre
cuerda cuelga gente que se ahorca
de
sed más o menos seca,
es
tiempo de vivir pendiente hilo
tropezando
trapecistamente
aunque
sea sin quererlo;
y
es hora
tan
sólo un poco lastimera
para
los mejores equilibristas
porque
para los otros,
apenas
llenan algún hueco del recuerdo
reservado
a la facilidad del olvido.
Después
todo termina
como
un avión aterrizando,
otra
vez tierra firme
donde
el peligro queda extinto
en
el calor esperado de un aplauso.
Un
otoño agradece complacido
tanta
felicidad junta
del
no haber pasado nada,
y nos regala el vino
que maduró uva
desprendida de su madre parra.
Un olivo
obsequia su fruto aceitoso
en forma de aceituna
verticalmente vareada,
no años pretéritos sino
siglos enteros y sólo
apetecible cuando es machada.
Y lo natural sería esquivar paseos
que no conduzcan a nada,
estremecer un tanto al público
y que alguien llore su miedo
sentado en el mismo púlpito
donde se alzan las gradas.
A lo peor una voltereta,
efecto remolino
como ríos de caudalosa crecida
ya desbordándose y en espera
que nos partamos también de risa.
Eres de verdad
y no puedes dejar el brinco
sólo a saltimbanquis profesionales;
leyendas o historias amañadas
vienen
descubriendo dioses de plástico,
vulnerables
ante un virus
más
pequeño que una mosca
y
de microscópico cuidado.
Al
fin se abre la puerta
de esta carpa
tan grande:
apenas
ha terminado una función
y
el más difícil todavía
seguirá moviendo los sedales de tanta marioneta
por
la sesión continua de la VIDA.
Porque
la muerte se supone
llegará
tarde
a
pisarte los talones
por
si acaso bien asidos;
volando
mientras eres carne
y
al mismo tiempo hueso:
así
estamos vivos
en
el aire del TRAPECIO...
Citarás
lugares, espacios inamovibles
e
inolvidables;
consumirás
horas abruptas cual montañas de vidrio,
pues
son así los tiempos que corren,
tan
frágiles.
Descenderás
al mundo onírico,
a
los rincones más profundos
que
un alma entera pueda albergar;
porque
se trata de un viaje al interior de uno mismo
pasando
por infiernos de vergüenza
y
por auténticos cielos en azul oscuro.
Un
poeta te enseñó las infinitas metáforas
para
nombrar al hombre,
comparable
a una espiga,
a
una torre,
a
un drama y sin embargo a una esperanza
donde
el futuro tiene su morada.
Un
poeta te enseñó a fijar la vista
en
la espina de una rosa
antes
que en su belleza efímera,
palpan
los poetas todos los dolores
y
esquizofrenia sienten
porque
su deseo está
en
hacer eterna esa rosa.
Y empezaron a llover esquinas,
todas afiladas y cada una con su pobre
lejos de alcanzar lo que un hombre
pueda desear en vida,
¡fuera mendigos!,
o más etiquetada la ley tan noble:
–PROHIBIDOS–
Después se hizo revolución
el deber de acudir a una guerra,
también estatuas de héroes esculpidas
en campos concentrados bajo un sol
a duras penas,
ardiente
metralla
que
fue explotando mina a mina.
Y
habrá otro mundo
ajeno
al tiempo de la sorna
donde
jamás se repita asunto,
maltrecho
por olvidos de memoria.
Llega
un día cual entero negro
y
se adormece hasta el alma;
de
tanta siesta estás sintiendo
desplomarte
en una trampa.
¿Quién
puso aquí éste cepo
tranquilamente
a conciencia?,
¿quién
el cazador furtivo en esto
que
parece ser una fiesta?
Y
pasan horas y horas sin auxilio,
sin
aliento, casi agotadas las fuerzas;
hubieron
pozos, amigo
más
duros que las duras piedras.
Después
saldrá el sol en un momento de descuido
y
nos pillará desnudos la tristeza,
asomaba
un claro de luz y entonces vimos
cómo
empezó a caldearse la Tierra.
Todo
terminado, la araña se acerca,
aunque
vueles te sientes insecto
creyéndote
capaz de romper esa tela:
ya
no queda a tu favor invierno
que
pueda evadir la sorpresa.
Alrededor
pasó el tiempo,
polvo
estéril,
soplo
expandido y ambiente
irrespirable
después de una fiesta.
Aquí
crecieron vigorosos y vastos
cada
bosque con sus nidos,
hubo
calor de hogar, después incendio
por
un momento de descuido.
Cómo
describir este siniestro
que
sigue lumbre,
gigantesca
pira horizontal,
humeante
y rescoldada cual nieve negra,
qué
nube
descargó
toda su orgánica materia
tan
difícil ya de reciclar.
Pasaron
naturales inclemencias,
ejemplares
como el granizo o el rayo
que
sólo prendieron de caricias
a
este valle hoy funesto.
¿Quién
recogerá cosecha a holganza,
fruto
abrasado
que
te pregunta quién tuvo la culpa?
Lo miras...
y
parece un campo de batalla
por
donde pasó el caballo de Atila.
Es
la lucha de la muerte con la vida:
después
se extinguirán las brasas,
volviendo
la ceniza a la ceniza...
Y el tiempo
medido en el preciso
instante
cual reloj sobre la arena,
quien
fluye mansamente vertical
hacia
la edad tardía del hombre;
ser
vivo enganchado al cangilón,
pieza
imprescindible de la noria
aunque
algunas veces averiada;
siempre
habrá un río por vadear
en
las afueras del invierno.
Aún
no ha sido la desdicha
temporando
un lento pasar
despreocupado,
nada
comestible alimentará
el
hambre tan mal repartida,
¿hubo
trampas en esta baraja?,
y
si así fuera más aún temblando
andamios
hechos de huesos
que
serán después incinerados.
El
reloj se detendrá en la misma muerte,
el
momento más digno y registro
en
un Libro Civil de sociedad y consumo
hasta
dentro del alma congelado.
También
un paréntesis de silencio
que
parta hacia eternidades
microondas,
siempre
atmósfera cíclica
donde
surja la selección del Cielo.
Piensas hoy
más que nunca
en
los molinillos y pajaritas de papel
fácilmente
destrozables al cerrar un puño,
arrugación
de piel frágil, la monotonía
cuya
materia prima no resiste
tanta
solera que el tiempo crea.
Aquí
están viajado tus juguetes,
algunos
ardieron como paja seca
y
los menos llegarán al final del recorrido,
estrazas
sepias que serán tan sólo útiles
para
envoltorios del correo.
Porque
siempre la ida tenga su vuelta,
haz
el transcurso bienaventurado
y
evita que el cansancio o la vagancia
resida
mullido en sillones o camas.
Todo
queda fuera del vehículo que te lleva
a
paso acelerado, apenas consciente
de
ello y visto a través del cristal,
abre
ventanas y escotillas,
diseña
en tus pupilas observadoras
los
colores de cada objeto como Dios manda:
el
cielo azul, la tierra ocre, la yerba verde...
Pero
nada de esto es verdad,
no
podría explicarte aunque quisiera
la
realidad de tanta apariencia.
Vuelves
a partir con la mirada recta,
la
cabeza alta, erguido y lleno de dignidad
a
la altura siempre de cada circunstancia,
los
momentos que acompañan a uno
hasta
las puertas del propio entierro.
¿Quién
se acordará después?,
la
familia, algún amigo...,
incluso
alguien habrá que por el contrario
ni
siquiera se inmute,
¡lo
fácil que es el olvido!
Es
la HISTORIA con mayúscula quien cierra
este
círculo viciado entre columnas rotas
que
recuerdan a Sodoma y Gomorra.
Viste
reflejada tu miseria
en
la clara imagen de un espejo;
eras
tú tan refractario
cual
toda fuerza desvanecida
que
alimenta el silencio.
El
azogue te muestra pequeño
porque
apenas cabe tu rostro;
te
diste cuenta tarde
que
hay un cercano cementerio,
esperando
ansiado tu reposo.
Reposo...
sí, y caminante
como
alma en pena,
pensando
en lo que fuiste,
reviviendo
purgatorios.
Todo
tú ceniza, y tu carne toda
desvanecida
para siempre
en
la inmensa nada.
Habías
arrinconado para un mañana
tantos
amores presos,
tantos
y tantos recuerdos...
Y
en esta inmensa soledad,
hoy
escribes versos;
pero
hay siempre uno que se te escapa
y
lloras como nunca supiste hacerlo.
Poesía,
poesía, poesía...,
quien
te consume ahora
hasta
la última gota de tu aliento,
hasta
el último de tus días;
hasta
el minuto de cada hora
desneurándote
los nervios.
A
fuerza de puño y letras,
te
devoran las palabras:
en
marmóreas lápidas yace,
la
violenta tinta y negras
ortografías
exiliadas
donde
tu pluma se deshace.
Y
a bocanadas bebes el humo,
esculpiendo
cada día
más
chimenea a bocanadas...
No
era cigarro ni puro
quien
consumía tu alma,
–quien
se consumía–;
era
la mezcla de opuestas ideas
donde
los hombres luchaban.
Sobre
el Cielo nunca hablas,
porque
no tuviste ángeles
que
te lo presentaran.
Quemado
en un fuego eterno,
toda
la sangre de tu infierno,
DESCANSA...
DESCANSA...
Siempre
suele atardecer desprevenido,
la
palabra inexacta dicha a destiempo
y
sin embargo consciente hasta
el
no reconocer errores intencionados.
La
frase entera mal partida, quebradas
todas
las sílabas en colocación casi
aleatoria
y sentir la misma voz como
una
luz alumbrando tanta sombra.
La
condena dictada por boca de los justos
que
jamás tuvieron el más mínimo tropiezo,
libres
de pecado arrojando piedras,
¿quiénes
son?, ¡vil osadía la de estar armado!
Dos
frentes permanecen en constante lucha,
imposible
una tregua a conveniencia,
ambas
partes caídas en la razón ciega
de
morir por nada o vivir odiando.
Y
el amigo que nunca volvió de su viaje,
siempre
añorado en la mesa antes de comer,
recordado
en una simple anécdota
tantas
veces contada, la tertulia, la gente
que
fue leal y sabían de él,
su
mundo parecido al nuestro
con
demasiadas cosas en común y hoy
dado
de alta en el hospital de la vida.
Y
dime: tú que te fuiste sin decírmelo,
qué
eclosión, qué fuerza o qué ventura
atrajo
cual imán el hierro de tu cuerpo;
por
aquí todo sigue igual: el trabajo,
el
ocio merecido y el resto de los amigos
bien
de salud física y sólo deshechos
en
el interior del alma aún aliada.
Ahora
llegará otro invierno,
noches
en un espacio de frío
donde
esperas el descanso eterno:
silencio...
Silencio
porque acaba de vivir,
un hombre
como la copa de un pino.
Hacia arriba
cual misterio de tantos como habitan
será
quien manifieste el secreto de la galaxia,
una
estrella perdida o quizá una molécula
insignificante
y no vista desde aquí abajo.
Todo
en el Cielo es concisa respuesta, enigma
incluso
para los volantes astrónomos;
suceden
porqués indecibles que juegan
con
la vida y la muerte de los horóscopos.
Aquí
la Tierra tiene explicación científica,
–los
casos poltergeist son fenómenos
que
sólo ocurren en alguna película–...,
mirando
por el ojo de un gigante telescopio
puedes ver lo
pequeña que es tu vida.
Desde el duro
asfalto donde las palabras
pugnan
el tema incesante de llevar razón;
hay
lugares de refugio, oasis que hablan
constantemente
de poemas y amor.
Habitas
un mundo hostil sumergido
a
distancia entre la Tierra y el Cielo,
cien
veces a flote, mil caídos
que
cada vez más te aleja del suelo.
Ya la luz
desdibujada en oblicua sombra,
brote
atardecido en la belleza,
se
va otro día, tanta claridad unida
de
abundancia fue caricia,
tal
vez simple recuerdo
en
tan aciaga ausencia...
A
lo lejos vuela un pájaro
sobre
un fondo rojo y gris,
quizá
buscando el nido donde deje
el
refrigerio de sus polluelos;
retorna
al hogar mientras avanzan
lentamente
las horas del invierno,
horas
físicas sufridas todas
en
desesperado escape
para
seguir vivo, hay alguien
que
requiere sus plumas.
Y
se hizo Poesía el momento
de
caer la tarde:
llovían
versos
sobre
todo cuanto toca el cielo:
río,
tierra, montes, árboles...
Uno
se pregunta qué milagro
hizo
posible este paisaje,
qué
dios regala tanta belleza,
aquí
en un solo instante
para
siempre eternizado
en
el alba de las estrellas.
Saludas
en la penumbra
de
tu clara luz de madrugada,
saludas
menos ciego y crees
que
todo amanecer es esperanza.
Miras
hacia tu lejano despuntar
hecho
horizonte claro cada mañana,
has
levantado tu cuerpo cuyos ojos
te
ven primavera y te sienten alba.
Saludas
en este concierto
que
pretende ser lira o arpa,
un
mismo corazón, latido
aliado
con la orquesta del alma.
Vuela
una paloma sobre el cielo
que
tú has dorado en trazas
de
colores vivos, dime qué pincel
pinta
estos árboles y estas montañas.
Saludas
y bienvenido a la luz,
quieres
ser la Poesía cantada,
habitante
y pasajero
de
este sol sobre tu casa.
© Cosme López García.
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