ESCRIBIR un prólogo para un libro de poemas, siempre es una tarea
que conlleva una doble satisfacción. Por un lado, porque la Poesía es el género
mayor de la Literatura y, por otro, porque metafóricamente, un prólogo viene a ser
la puerta o antesala por donde se invita a mantener un estrecho vínculo entre
el autor de la obra y el posible lector, quien va a tener la suerte y el placer
de adentrarse en la “selva” de una aventura verdaderamente emocionante.
Y queridos
lectores, eso es lo que aquí nos vamos a encontrar: el mundo poético de Diego Fernández González “Piropo” cual apodo,
que no heterónimo para los amigos que son muchos y para los enemigos, aunque
sean pocos o ninguno. Piropo Pintando versos serenos a modo de
título, como resumen, como dicho todo en tres palabras de un octosílabo
perfecto. Piropo, el extremeño de pura cepa, fiel amante de la dulce y
esteparia “Serena”, nuestra tierra, nuestra madre patria. Por ella corretean
los niños que ya no somos en busca de unos nidos, jugando entre los pastizales
y viñas con mastines, saltando en el “Port Aventura” de La peña restrandera o comiendo la merendilla del jornazo a la sombra de La cañá los pinos, allá en el lejío, donde un árbol se convertía en un
país o unas piedras podrían ser el territorio de un rey con cetro y trono.
Estos recuerdos de la niñez, se continúan en la adolescencia, en la juventud y
también en los momentos más cercanos a nuestros días. Porque como dijo el
filósofo Jorge Santayana: Quien no recuerda el pasado, está condenado
a vivirlo de nuevo. Así inmortaliza su pasado, que es también el nuestro,
un Piropo pleno de conocimiento en constante comunión con el entorno que nos ha
tocado vivir.
Conocí a Diego
hace muchos años, pero no hace tantos que le conozco aún mejor. Es una persona
de andares pausados, no conoce las prisas y por eso su caminar siempre suele
ser tranquilo. Esa serenidad se transmite a su forma de ser y de aquí, él
mismo, sin darse cuenta, la transfiere a quien esté a su lado. Por este motivo,
cuando leemos en silencio un poema de nuestro autor, sentimos sus versos como
si alguien los estuviera recitando al oído, como si nos contaran un recaíto. Y es que Diego, otra vez vuelve
a regalarnos su estoicismo que se encuentra en casi todo lo que escribe. Porque
no es un poeta que alce la voz y mucho menos utilice el grito como medio de
expresión. No necesita estos recursos para concienciar a nadie. Sus versos
fluyen serenos en La Serena, nunca
mejor dicho. Piropo también es un gran tertuliano, da gusto sentarse junto a él
y compartir palabras. Recuerdo que, no hace mucho, coincidimos una noche en un
bar de Campanario, en esa hora cuando el ensueño y otras quimeras arropan al
artista y, sentados alrededor de una mesa, Piropo abre un cuaderno gigante y comienza
el dibujo a bolígrafo de mi propio retrato. No contento con eso, va y lo
acompaña con un poema improvisado y que conservo en mi archivo particular,
junto a otros bocetos, pinturas y versos que me ha regalado. He tenido la
suerte de visitar su domicilio en varias ocasiones, gracias a la excusa de
algún libro que le he llevado. Y puedo asegurar que su casa es un auténtico museo
pictórico. Siempre que he ido a verle, le encuentro en el doblao, que es su estudio de pintura, con muchos cuadros colgados
de las paredes y apilados porque la colocación perfecta no cabe. Allí está el
artista, el pintor, el poeta y el amigo, con los pinceles en la mano entre los
olores del óleo –mil veces santo– y otras trementinas. Piropo de andares
pausados, como antes dije, pero sin parar de trabajar.
Me cupo el
honor de reseñar su último libro publicado hasgta la fecha: “Pasaje para los
sueños rotos” *, donde expresé no sólo mi
opinión, sino también el sentimiento emotivo que me llevó a titular aquella
reseña: “La fuerza de la Poesía o la fragilidad de los sueños”.
Y aquí está
otra prueba de su infatigable labor, en este poemario que hoy tenemos la suerte
y el placer de hojear y ojearlo, de oler y ¡olé!, de leer y releer…
Pintando versos serenos. Un doble
sentido que captamos en esa serenidad propia del autor –antes apuntada– y en la
idea metafórica de pintar un retrato paisajístico de La Serena mediante los
pinceles de los versos. Así lo dice el mismo autor en el primer poema, aquel día me desperté / con el corazón
desnudo, / con ganas de pintar versos. Y Diego nos abre su Cuaderno de bocetos desde la transparencia de una lluvia sobre los tejados con los gorriones
piando, o cuando una paloma llega a
su ventana, y hasta cuando las cigüeñas
bailan en zarabanda. Cesa la lluvia con el
alba y nos presenta el nuevo paisaje de nuestra tierra, con las jaras y cantuesos, las retamas, el
romero y las majadas, en clara metáfora de esperanza que siempre simboliza
todo amanecer. Escenas que la propia naturaleza se encarga de dispersar por estos
campos de granitos y pizarras. Nuestro poeta continúa sobre los cerros breñosos donde los
perros corretean tras una perdiz, mientras por los trigales revolotean las tórtolas y los tordos se asustan emprendiendo el vuelo. Están también los dos
árboles –la encina y el olivo– con la majestuosidad de ser los símbolos de
Extremadura, la encina que arde a Jirones
de humo gris perfilando la sierra y las
olivas negras cayendo, metáforas del duro trabajo que sobre sus hombros
llevan los piconeros en los encinares y los aceituneros en el olivar. Se
acuerda Piropo del tercer árbol-símbolo –el almendro–, representándolo en el
momento más grande de su hermosura: florido en primavera. Nombra las calles de Castuera y el camino de Zalamea que se hace corto cuando es la feria. Las
tardes transcurren apacibles, entre costura
y siestas de café de puchero, tardes
cargadas de luz sobre las verdes macetas
que nuestro autor representa en las aspidistras.
Tardes de viento solano. Y tarde es
la palabra clave en la poesía de Antonio
Machado, porque son las horas de
la melancolía y el mínimo tiempo de reposo y paseo.
Se suceden las
estaciones del año, ahora es el estío de agosto
abrasando los arenales. Y los recuerdos de esos niños bañándose en el río
con el miedo en el cuerpo por culpa de los
remolinos. Sigue Piropo pintando esta Serena de contrastes y, al caer el
sol, pinta el cielo con violetas y carmines por el Cerro Magacela. Llega la noche
con su luna tímida entre las nubes y le presta su luz y su misterio.
Pinturas y más pinturas que, en la segunda parte de este libro, nuestro poeta
expone para extasiar nuestros sentidos. Paseando
por La Serena tranquilamente, por los baldíos
parajes donde el alma se detiene y, entonces nos llega un sonido lejano, el
balido de las ovejas merinas que pastan estepariamente, allá en la finca de Los Barrancos, donde sucedió el milagro una tarde que Dios habló en susurros,
mística metáfora para simbolizar a “La Barranquera”, la Virgen de
Piedraescrita, patrona de La Serena: aquí
te siento cerca, sentada junto a mí / bajo estos soportales de postes centenarios,
es la ermita donde bajo la piedra escrita
a golpes de cincel, dejaré las culpas
que recuerde y las amargas derrotas.
Serena: Hablo en voz muy baja / a tus pequeñas flores sorprendidas, / que tiemblan
bajo la brisa de la tarde. ¡Qué hermosura de versos!, transparentes, nostálgicos,
metafóricos, henchidos de naturalidad y sencillez machadiana en la rima asonante
y en el estilo de comunicar. Versos que constituyen los poemas de rebosante
musicalidad y que a continuación leeremos emocionados, porque ¿quién no se inmuta
observando el paisaje de La Serena?
Lienzos y más
lienzos por donde el tiempo sigue pasando. El otoño, el invierno… Y Diego
Fernández González, termina homenajeando a quien puso su corazón al escribir y
reescribir sobre La Serena, la tierra de nuestras raíces, el escritor paisano
nuestro, Don Antonio Reyes Huertas
que, desde el cielo de su “Campo de Ortigas” allá en La Guarda, sin duda
hubiese gozado con la lectura de estos poemas, tanto o más que un servidor.
Y enhorabuena
a Piropo que nos lleva de la mano por el recorrido de su magnífica Exposición.
Este poemario es el Catálogo.
Cosme López García, 2009
* Poesía, 83 páginas, junio de 2006. Editado por la
Excma. Diputación de Badajoz y el Excmo. Ayuntamiento de Campanario, con
ilustraciones del propio autor y prólogo del poeta villanovense Tomás Chiscano. La reseña se publicó en
la Revista Al aire, publicada por la
Universidad Popular de Campanario.
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