NOS llega a través del correo electrónico, el inicio de unas páginas escritas, 10 de un total de 90, según su autora, Marel San José, natural y residente en Gijón (Asturias). Esos 90 folios, pretendían ser el principio de ¿una novela? Pues tal vez si Marel no las hubiera arrinconado, si por el contrario, hubiese tenido la perseverancia necesaria en la tarea de escribir, hoy podríamos alegrarnos con la lectura que pudo haber sido y no llegó a ser.
Hojas de papel que Marel en su día titulara Estamos en Paz y que también dedicó a sus padres. Así queda escrito en lo que iba a ser ese futuro libro.
La tarea de escribir, muchas veces queda frustrada por circunstancias que tiene el hecho de existir. Por eso han quedado en el olvido muchos escritores que, al no haber publicado sus primeras obras, abandonaron por completo seguir escribiendo. Y hablamos de autores que podrían haber sido muy reconocidos. Muchas veces, es la casualidad de no haber conocido a un editor que estuviera dispuesto a publicar una obra primeriza. Y sucede lo de siempre, ¿cómo van a encontrar una ocupación los jóvenes, si en el puesto solicitado se les requiere una amplia experiencia? Pues nunca se obtendrá esa experiencia sin haber pasado antes por una primera vez. Es esto mismo lo que ocurre con los autores noveles.
Estas páginas de Marel, contienen una filosofía pura que, precisamente brota de la experiencia vivida. El mismo hecho de vivir, de estar presente, implica dolor. El gran poeta extremeño Manuel Pacheco, ya lo dijo con una palabra que él mismo se inventara y que expresa ese sentimiento. Esa palabra es joexistir, y que Pacheco utiliza al exponer lo jodido que resulta el existir. Por eso, nuestra autora Marel, comienza sus páginas con una metáfora a modo de cita del poeta y dramaturgo indio Rabindranath Tagore, tal que así: Aunque le arranques los pétalos, no quitarás su belleza a la flor. Tal vez porque la belleza está intrínseca en el interior de esa flor. ¡Cuántas veces hemos oído que la belleza está en el corazón! Sin embargo, la realidad es que esa flor llegará a marchitarse y con ella, la belleza. Porque todo lo que está vivo tiene que morir. Ahí está presente el dolor, con esa muerte cierta e implacable. Recordemos aquí, al gran poeta alicantino Miguel Hernández y sus tres heridas:
Con tres heridas viene: / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte. / Con tres heridas llega; / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida. / Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte, / la del amor.
Quien se dedica a escribir, lo único que puede hacer, es comprometerse con la realidad. Por este motivo, va anotando en su libreta, las vueltas que da la vida, observando todo lo que le rodea, creando atmósferas muchas veces ficticias, pero que siempre tienen su raíz en la biografía del propio escribiente.
Así, Marel describe el hogar de sus abuelos maternos, situado en una ... / ... pequeña colina junto al mar Cantábrico ... / ..., hogar ... / ... donde nació su madre y donde espera permanecer el resto de su vida... / ... Ese es el paraje situado en las afueras de la ciudad –indudablemente se trata de Gijón– y que el paso de los años se ha encargado de aproximar a la urbanización, mediante las nuevas construcciones, incluyendo un paseo marítimo que recibirá ... / ... la furia del mar en paisajes de invierno y verano... / ... Las olas llenas de espuma blanca... / ... Palabras muy poéticas expresadas por Marel y que a la vez describen de manera tan sensible, los cambios sufridos por el hombre en el litoral Cantábrico.
Nuestra autora, sigue deleitándonos con originales descripciones ... / ... en el salón de la planta baja... / ..., donde nos dice, que es el lugar idóneo ... / ... para tomar cómodamente una taza de buen café... / ..., con el trasfondo atardecido de la lluvia, persistente en esta tierra tan adorada por la autora. Esa lluvia que siempre evoca ... / ... los recuerdos en una lejanía cubierta de sombras... / ..., como genialmente nos dice Marel y como de igual modo nos legó el gran escritor parisino, Marcel Proust en su famosa pentalogía En busca del tiempo perdido, donde con una exquisita y poética prosa, desde el simbolismo impresionista, nos adentra en el mundo de su infancia y adolescencia. Solemnes autorretratos descriptivos, como en el caso de Marel, que desde muy niña, ... / ... amaba el silencio y la paz que proporciona, el sentido del honor, disciplina... / ..., la ley escrita del corazón, miedo al caos, amor a la belleza y a las cosas más pequeñas de la vida que conducen a las grandes... / ...
Y tal como anteriormente se ha dicho, el dolor está ahí, permanece en el recuerdo, ese ... / ... dolor acontecido en el pasado, cruel... / ..., según nos confiesa Marel. Como un mundo cerrado y encerrado en la memoria y que el destino se encargó y se encargará en un futuro, de ejercer con fuerza. Sin embargo, nuestra autora dice que no cree en el destino, ... / ... que cada cual obtiene lo que se merece... / ... en la vida. No obstante, Marel sigue filosofando con ese destino y a pesar de no creer en él, se plantea paradójicamente, la idea de que tal vez exista ... / ... una fuerza superior que nos rige y esa fuerza bien podría ser la del destino... / ...
En ese transcurrir de la infancia, nuestra escritora se hace presente en la actualidad para interrogar a esa niña que fue, y le pregunta si ... / ... está contenta, qué está haciendo y si tiene algo que decir... / ... Se origina un coloquio entre ambas entorno a la felicidad del ser humano y como si Marel fuese la madre. Es como hablarle a la vez a una fotografía de cuando fue niña y a un espejo en el día de hoy, como mantener una pequeña conversación con tu pasado, en una palabra, con tu alma. Esa niña que fue Marel, hoy la recuerda cogida a la mano de su abuelo, escuchando sus palabras de sabiduría que sólo da la experiencia. Esas palabras primeras que se alojarán para siempre en un rincón del cerebro de Marel; las tendrá siempre ... / ... grabadas en su inconsciente con una fuerza especial... / ... Es decir, lo que hemos llamado toda la vida, nostalgia.
Sucede que, simple y llanamente, el niño/a que fuimos, se aloja en nuestro yo, ... / ... independientemente de la edad que se tenga ... / ..., nos dice Marel con toda agudeza.
De nuevo nos recuerda a Marcel Proust: ... / ... Estoy firmemente convencida, de que es en la infancia perdida donde se esconde una parte de nosotros que permanece íntegra, a salvo del cansancio y del desgaste que acarrea la vida adulta. Envejecer es perder la imaginación y la curiosidad... / ...
¿Cuántas veces hemos escuchado que el hombre lleva un niño dentro? Muchas, la verdad. Y es que es así. Si no fuera por eso, podríamos vivir, pero nunca estaríamos en paz con nosotros mismos. Por eso, tenemos necesidad de reencontrarnos con el niño que fuimos: ... / ... un reencuentro positivo con la infancia producirá enriquecimiento a mi vida y se traducirá en un futuro mejor ... / ...
Una vez logrado todo lo acontecido, Estamos en paz.
Palabras tan bellas y cargadas de razones que van más allá de la Filosofía, porque están escritas con el corazón y expresadas con la magia poética de la Lírica.
Echamos de menos el no haber podido disfrutar de esta obra por completo, ya que Marel la dejó inacabada mas, aprovechando estas líneas, nos atrevemos a desearle los ánimos suficientes para que, no sólo siga escribiendo su novela autobiográfica, sino también, cualquier género literario que considere oportuno, para así, disfrutar del inmenso agrado que supone leer cuanto escriba.
© Cosme López García
Badajoz, 01 de marzo de 2014
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