A MI HIJO JESÚS
Enero te dejó en un hospital
cerca de nuestra casa;
llegaste en el invierno de la noche,
tiritabas…
no por frío,
quizás la luz cegadora de la vida
taladrando el iris de tu inocencia.
Dijeron que te encontrabas bien,
nadie sospechaba que tu salud se quebraría…,
te miré por vez primera:
tus ojos abrían los estambres
de unas pestañas alargadas;
espejo tu rostro cuando dos hermanos
te conocieron.
La habitación tenía flores con tarjeta
felicitando a tu madre,
mi nombre más abajo en firma legible;
aquel espacio mínimo tú lo llenaste,
alrededor una suave fragancia
cruzando el aire respirado,
frascos de fresca hierbabuena,
como huelen las colonias infantiles.
Otra habitación esperaba con la cuna hecha,
tu domicilio en adelante;
dormías soñando
y despertabas en el pecho de tu madre,
siempre alerta a tu primer lenguaje.
Tres meses se fueron entre pañales,
juguetes y cajas de música,
ahora tu primera fiebre,
vacuna y convulsión ya constante.
Otra vez el hospital, los hospitales;
hijo mío:
me pregunto si te duele,
si sufres en tu inocencia pura,
porque mientras luchas
sólo cruzo mis brazos
sin poder hacer nada:
desde esta atroz impotencia
miro tus manos agitándose,
después tus piernas,
tus ojos fijos, a veces tus labios amoratados,
mal respirando sonidos guturales;
y no te quejas,
no lloras,
nunca preguntas por qué a ti,
oxígeno irrespirable,
asfixia penetrando en tus pulmones,
tan pequeños, aún formándose,
te estremeces tendido sobre el sofá
y quedamos en silencio para no molestarte,
silencio en apariencia,
porque tenemos el corazón
recomido en los gritos de auxilio.
Hijo mío:
sentimos, siento tu calvario,
el Vía Crucis que estás recorriendo,
¿hasta cuando?, mi amado Jesús,
tu nombre significa El Bienvenido,
quiere decir esperanza desde el sufrimiento.
Mi amado Jesús,
quisiera llevarte de la mano
por la calle, por los escasos jardines
de una ciudad ajena a tu dolor,
quisiera mostrarte la lluvia, el aire,
meter en tus oídos el canto suave
de algún pajarillo errante,
quisiera acostumbrar tus pupilas
a mirar despacio, a observar a los adultos
como únicamente los niños saben,
quisiera que pronto bombardearas a preguntas
y yo saber responderte a todas,
sacarte de la duda más extrema
para que puedas entender tanta metáfora,
tanta poesía del alma y tanto verso de piedra.
Hijo mío:
¡si pudiera desterrar tu dolor, sacarlo afuera!,
convulsión desaliada para siempre,
tu padre soy y soy
quien así lo exige,
¡quien a Dios implora!
Por ti preguntan cuando juntos vamos de paseo,
médicos se informan de tu daño,
vecinos se alarman de tu mal,
la familia, allá en el pueblo,
con el alma en vilo;
buenas gentes que te quieren,
que rezan y desean una curación espontánea
o siquiera un paréntesis prolongado.
Epilepsia…
esa palabra tan enérgica
y tan difícil para la ciencia,
desaliento para quien la oiga,
casualidad de azares en tu cuerpo dentro.
Pasa un domingo, después un lunes, los días
sucediéndose como medicamentos
dados a tu paladar aunque te sepan amargos;
este es el delirio de la vida
buscando tan solo una gota
de la inmensa felicidad.
Perdón te pido por darte este frenesí de vida
y humildemente beso tus manos,
tu rostro, tus pies,
acaricio la suave epidermis
que envuelve a tu frágil andamio de calcio…
© Cosme López García.
Enero de 2001.
DE MI HIJO JESÚS A MÍ MISMO
Porque cada
átomo que me pertenece,
te pertenece también
a ti.
La sensación
de salud… la plenitud del mediodía…
mi canto al
levantarme de la cama y saludar al sol.
[“Canto a mí mismo”. Walt Whitman]
Oigo tu despertar en cada
madrugada
que en eco de tos a duermevela llega.
Defensa del invierno es mi cama
donde tu sonrisa con un beso
acercas.
A un nuevo día acostumbrado
al trabajo marchas tras el alba,
muy semejante al anterior y sin
embargo
nunca igual aunque el día muera.
Del cariño que dormita a mi lado
surgen para ti caricias eternas.
no hay dicha más grande que ser
siempre niño
aunque bajo el amor de un padre
crezca.
Ni existe jamás dolor en mi
conciencia
que sea capaz de doblegarme:
cuando al caer contra el duro
suelo
este cristal de cuerpo mío
golpeándose,
sé que abre en tu aliento una
herida
para llorar tu corazón a mil
latidos.
¡Padre que me sueñas en tu silla!
en esta cama de hospital hoy te
escribo:
tu carta fue una oda recibida
donde está la casa que yo
habito.
Perdón me pides ante el frenesí
de vida
que me has dado por ley de
natura,
mas no tengo imperio para
otorgarlo,
pues no cabe maldad en mi mundo
de hadas
donde alguien pueda negarme su
mano.
¡Padre de mi anhelo y de mi
calma!
te hablo junto al trino de una
alondra,
para darte gracias, –Cosme
padre, gracias–
en el vuelo cangilado de esta
noria.
Dos hermanos cual hombres van
del estudio al corazón de sus
asuntos,
y me llevan al paseo de los
parques
entre patos de colores y a
columpios,
jugando con las hojas de los
árboles
y con el silbo estremecido de un
susurro.
Por el aire voy andando, por el
aire
asido a tu mano de grandeza,
asido,
y me cantas la canción del
pirata
en los versos infinitos de
Espronceda.
Más de diez cañones me llevan a
deriva
hacia un mar que nado sin
respiro,
pero siento el flotador de tu
sonrisa
que me alza hasta la isla del
destino.
¡Padre de mi sangre y mi camino!
abre tu ventana de amapola
y deja que entre el aire con mis
lilas,
salgamos de la mano al sol y
ahora
¡antes que anochezca llévame
contigo!
Encima de la mesa tengo un libro
con muchos cuentos de páginas
azules
donde dice que la vida es un
peligro
ensamblado por los trozos de mis
puzzles.
Mis juguetes de Reyes y de
amigos,
el cajón revuelto y mis cosas
pequeñas,
quienes saben entrar en el reino
del niño,
aquellos que vuelven y no
desesperan
y todos los que traen su corazón
en vilo.
En esta habitación cumplo mis
años,
quince contados y sin ninguna vela,
pero siempre hay una encendida
porque no es triste un hospital
a tu vera.
Nunca hubo dulce medicina
que probara el paladar de mi
garganta:
el almíbar reside en la
esperanza
cuando vence epilepsias en
batalla.
¡Padre de mi lecho y mi almohada!
hoy te canto a ti mismo en la
penumbra
de esta alcoba ajena y prestada,
en este espacio mínimo de cuna
¡PADRE DE MI VIDA Y DE MI ALMA!
© Cosme López García.
Hospital
Infanta Cristina,
en el 15
cumpleaños de mi hijo Jesús.
Badajoz, 13
de enero de 2011.
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